¿Qué hacer con las obras artísticas que cambiaron nuestra manera de ver al mundo?

    Si hemos desarrollado la educación del ojo, ¿qué hacer ahora con todos esos cuadros, libros, esculturas, edificios y películas que ya son parte de nuestro imaginario, de nuestra intimidad?

    Nuestra mirada, inclinada por naturaleza a la búsqueda de lo bello, hizo del cielo estrellado el primer escenario de nuestra imaginación. Su amplitud coronada con astros brillantes representó nuestra tendencia a organizar infinitamente el espacio de lo bello.

    Y las obras ante el misterio de la creación se fueron agregando a este primer escenario de nuestra mirada asombrada gracias a la fuerza creadora de los artistas.

    El arte se volvió el gran actor de las fuerzas poéticas de nuestra humanidad. Anteriormente destinado a los privilegiados, el arte también se abrió al público, a todos. Disponemos, desde 1900, de todas las imágenes y de la amplia accesibilidad a todas esas obras magistrales como a las secundarias: artes arcaicas, esculturas de la India, de China, Japón, precolombinas, de altas épocas como recientes. Arte bizantino aún visible, frescos romanos, arte popular. Lazos que nos mandan a un PDF para llegar a una biblioteca, literaria como cinematográfica, babélica virtual. Toda obra nos es accesible en la red y la noción de memoria se desvanece.

    El museo que atesora toda creación se ha ampliado por esos nuevos medios de manera ilimitada; Io que nos exige la apertura de un Museo Imaginario: un. museo impreso en nuestra memoria desde las imágenes omnipresentes: un llamado para apropiarse de la creación desde la imaginación; rebasando el espacio finito e incompleto del museo para inventar un museo propio.